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martes, 14 de julio de 2015

¿Vieja, gorda y fea? Bienvenida al club


No conozco a ninguna mujer que al menos una vez al año, al mes o a la semana no se sienta vieja, gorda o fea, o en el peor de los escenarios, todo a la vez. Y ello independientemente de la edad, peso o belleza de la mujer en cuestión. Porque vamos, que a la hora de criticarnos, no hay nadie más feroz con nosotras mismas, que nosotras.

Hemos desarrollado una habilidad tal que nos despellejamos sin pudor y sin cariño en segundos. Nos auto despachamos con: “¿Vos viste el prolapso de párpado que tengo? ¿Te parece que mañana podré abrir los ojos?” O con,  “¿Cómo es que vos no tenés esas arruguitas como palitos partiéndote los labios que tengo acá”?  Incluso he llegado a escuchar a una amiga decir, mientras se infringía un tierno apretón en la parte superior del muslo, “Con lo que sobra me puedo hacer un vestido”.

¿De dónde nos viene este talento descalificador tan terminal? Porque los varones también tienen complejos, no es cierto que no los tienen. O por gordos, o por pelados o por bajitos... Pero la gran diferencia que encuentro entre ellos y nosotras es que no se masacran a sí mismos frente a sus amigos, sin siquiera ante sus novias o mejores amigas. Las mujeres sí, nos disecamos como a una rana en la clase de biología: sin piedad y sin anestesia.

Esa presión por ser bellas (¿cuánto es suficiente), delgadísimas (incluso a niveles insanos) y jóvenes nos saca del presente. De la aceptación de este cuerpo que somos y que tiene la amabilidad de acompañarnos toda la vida. Con esto no estoy diciendo que no es buena idea cuidar qué y cuanto comemos, dormir lo suficiente, o evitar el sol en los horarios que no corresponden… Pero de ahí a querer ser otra y sufrir por la imposibilidad de ello...
Una proporción altísima de la industria de la estética está fundada en la falta de autoestima de las mujeres. ¡Cuánto dinero viniendo de tanto dolor y frustración!
Hoy miraba la transformación de Meg Ryan. Para mí lo que ella ha hecho con su rostro es la metáfora de lo que muchas de nosotras también hacemos, aunque de manera menos evidente: somos hermosas tal y como somos, pero no nos damos cuenta.


¿Cuánto tiempo más vamos a aceptar ser valoradas por un patrón que nos recorta como a los árboles bonsai? ¿Qué estamos haciendo para que nuestras hijas, hermanas, amigas y mujeres en general no crezcan temiendo no “entrar en el molde” estándar de la belleza?

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