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jueves, 20 de agosto de 2015

Rosy Karki, estudiante nepalí


Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

"Nosotras somos algo nuevo"


Tengo 21 años. Nací en Lalbandi, una pequeña aldea de Nepal, y vivo en Katmandú, interna en la Fundación Vistare desde hace cinco años. Estudio Comercio y Humanidades. No me gustan los dirigentes políticos, no me fío de ellos, se quedan con el dinero del pueblo y no rinden cuentas a nadie. Soy hinduista.

Entrevista de Ima Sanchis en El País 12/08/2015

 
Rosy vivía a los pies del Himalaya, en una casa de barro con sus padres analfabetos. Ahora vive en Katmandú y estudia primero de carrera gracias a la Fundación Vistare, creada hace seis años por un grupo de empresarios españoles que apuestan por las mujeres, les dan residencia, estudios y les ayudan a arrancar sus negocios. Mantener a estas niñas cuesta 83 euros al mes. Paralelamente uno de los padrinos, Pepe Oriola,el tío Pepe, ha creado la Asociación de Ayuda al Terremoto de Nepal y ha lanzado un disco de mantras budistas, Help Nepal free & easy chants, con el coro de las niñas de la Fundación Vistare, y cuyos beneficios se destinarán a proyectos de ayuda al país tras los devastadores terremotos.



Cómo es su pueblo?
Es una aldea pequeña, las calles son de tierra y las casas de ­barro. 

¿Tienen electricidad?
Sí, durante algunas horas al día. Lalbandi está en la zona más calurosa de Nepal, a cinco horas de Katmandú en coche. Éramos pocos habitantes, pero ahora hay muchos.

¿Por qué?
La gente que huyó del terremoto y huye del que está por venir se instaló en las zonas menos afectadas.

¿Qué recuerda de su infancia?
Que no fue feliz.

¿Qué pasó?
Mi padre era un alcohólico, desde la mañana hasta la noche estaba borracho.

Por desgracia eso no es una rareza.
Lo sé. Los hombres no tienen apenas trabajo, sobre todo desde que el terremoto alejó al turismo. No tienen nada que hacer y beben. Es triste.

Mucho.
Mi padre se gastó en alcohol todos los ahorros de la familia. Éramos muy muy pobres. El médico se lo advirtió: “Si sigues bebiendo, te vas a poner muy enfermo”. Y efectivamente.

¿Está muy enfermo?
Sí, los riñones le empezaron a fallar y ahora tiene que ir tres días a la semana al hospital en Katmandú.

¿Tiene cirrosis?
Sí, una cirrosis muy avanzada.

¿Y cómo paga el hospital?
Ahora trabaja en una oficina repartiendo el correo interno para poder pagar el tratamiento.

¿Su padre es un hombre bueno?
Cuando llegaba borracho por la noche a casa nos pegaba, sobre todo a mi madre, pero a sus tres hijos también.

¿Quiere a su padre?
Sí.

¿Iba usted al colegio?
Debido a las palizas que nos daba nuestro padre nuestros amigos del pueblo se burlaban de nosotros, así que por vergüenza dejamos de asistir a la escuela.

¿Sus padres saben leer y escribir?
No, ninguno de los dos.

¿Cómo sobrevivieron?
Mi madre empezó a hacer velas en casa y venderlas en el mercado. Sacaba lo justo para que comiéramos una vez al día.

... 
Sus tres hijos le ayudábamos, pero a menudo teníamos las manos tan quemadas que no podíamos seguir trabajando y entonces tampoco podíamos comer.

¿Cómo llegó a Katmandú?
Rohini, la directora del centro de niñas estudiantes de la Fundación Vistare, es del mismo pueblo que yo. Se enteró de lo mal que lo estábamos pasando y convenció a mi madre para que me dejara ir interna a la fundación y poder estudiar una carrera.

¿Recuerda el terremoto?
Estaba jugando en el columpio y vi la tierra temblar. Salté del columpio y corrí a donde estaban mis amigas. Nos abrazamos y fuimos a buscar a nuestras hermanas pequeñas, que, asustadas, en lugar de salir, se habían metido en el edificio que se estaba derrumbando. El estrépito era enorme. La tierra rugía.

¿Hermanas?
Así nos llamamos unas a otras. Las mayores cuidamos de las pequeñas. Ese día Rohini, la directora, tenía fiesta. Durante muchas horas lloramos abrazadas. Pensábamos que era el fin del mundo.

Un terremoto de magnitud 7,8.
Gracias a la radio supimos lo que había pasado. Las comunicaciones estaban cortadas y no sabíamos nada de nuestras familias. Luego nos habilitaron en un pequeño garaje durante un mes; teníamos que dormir sentadas porque no cabíamos.

¿Sin comida ni agua?
El tío Pepe de España nos envió agua, comida y tiendas de campaña que instalamos en el patio. Estuvimos un mes sin salir de la fundación. Cuando salimos y vimos las consecuencias del terremoto, se me cortó la respiración.

¿Su familia está bien?
Sí. Mi madre, mi hermano y mi hermana vienen a verme cada quince días.

¿Han vuelto a la vida normal?
Sí, pero estamos asustadas, las hermanas pequeñas no quieren ir al baño por si vuelve el terremoto, y la verdad es que a mí también me cuesta. Ninguna queremos estar solas. En un día ha cambiado toda la vida.

¿Qué ha aprendido?
Que hay que ser fuerte porque sabemos que otro terremoto tiene que venir, dicen que lo ­peor está por llegar. De hecho hay réplicas casi cada día.

¿Añora su pueblo?
Allí la vida es muy distinta, las mujeres sólo estudiamos hasta los diez años y cuando nos viene la menstruación nos casamos. Mi madre se casó a los 15 años. Poder estar en la fundación es una gran oportunidad, pero es extraño.

¿Por qué?
Porque todas nuestras amigas de los pueblos ya están casadas, nosotras somos algo nuevo. Yo acabo de empezar la carrera de Humanidades.

¿Y qué será de usted cuando acabe la ­carrera?
Los padrinos nos ayudan a montar un negocio de acuerdo con nuestros estudios. Imagínese..., ¡yo una trabajadora social!..., es tan extraño.

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