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miércoles, 14 de agosto de 2013

Viktor Emil Frankl, (1905,Austria -1997, en Viena) fue un neurólogo y psiquiatra austríaco, fundador de la Logoterapia. Sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis, entre ellos Auschwitz y Dachau. A partir de esa experiencia, escribió el libro El Hombre en busca de sentido. Frankl decía que era entendible que las personas buscáramos destacarnos y ser exitosas en lo que emprendiéramos, pero siempre recordaba que más importante que logar el éxito era encontrarle un sentido a lo que hacíamos.
A veces, la tarea que emprendemos es, para nosotros, tan enorme, tan titánica que nos cuesta encontrar o sostener ese sentido. El cuento que sigue siempre me ayuda a encontrarlo.

EL ANCIANO, EL NIÑO Y LAS ESTRELLAS DE MAR


Versión libre que escribí sobre el hermoso cuento “The star thrower” de Loren Eiseley


Había una vez un niño que vivía en un pueblo pequeño, a orillas de un mar grande y distante. Al niño le gustaba su pueblo por sus casas bajas de techos desparejos y coloridos. Todas las mañanas el niño acostumbraba caminar por la playa. Le gustaba descubrirle las novedades a la arena y los colores a las olas.


Una mañana clara salió a caminar más temprano que de costumbre y al  cruzar los primeros médanos, lo vio.  La playa estaba tachonada de estrellas de mar que habían sido arrojadas a la playa. Las había por miles. Rojas de fuego, de un pálido naranja, de un verde húmedo o de rosa ilusionadas. Frágiles, sedientas, abandonadas... El niño en seguida sintió una gran pena, sabía que las estrellas de mar viven sólo unos pocos minutos fuera del agua. Con tristeza en el corazón, caminó sin prisa y sin saber qué hacer ante tanta belleza y tanta pena juntas.


Cuando alzó sus ojos, en el horizonte vio una silueta que se movía frenéticamente. Una y otra vez, de la orilla hasta la rompiente y de la rompiente a la orilla...Y caminó hacia ella. Cuando estuvo cerca, se dio cuenta que era un anciano, de rostro cansado y paso ágil, de pelo blanco y mirada concentrada, quien arrojaba las estrellas más allá de la rompiente. Parecía incansable...


 —¿Qué hacés? —preguntó el niño.

—Arrojo estrellas al mar para que no mueran, dijo el viejo.

La mirada del niño se perdió entre la playa y el mar.

—¿Para qué? Son demasiadas. Nunca vas a poder con todas ellas...

El anciano le siguió, por un segundo, la mirada al niño y rápidamente tomó una estrella. La miró con cariño y con enorme energía corrió hacia la orilla y  la arrojó hacia el agua, más allá de la rompiente. Con picardía se volvió al niño y le dijo:
 

—Para ella sí tuvo sentido.


Entonces el  niño  tomó una pequeña estrella y lo acompañó en su gesto.

—Y para ella también.