Soltera
¿En serio?
“En 2009 el número de
mujeres solteras superó por primera vez
en EE UU al de casadas y un 46% de las menores de 34 años nunca han
contraído matrimonio”, dice Andrea Aguilar en Solas porque sí*, una nota imperdible en El País Semanal.
Esta
estadística es impactante porque las solteras siempre figuraron en el primer
renglón de la peor lista que todas las sociedades – tanto occidentales como
orientales- elaboraron para las mujeres a lo largo del tiempo. Ni siquiera un soltero es tan “horrible”
como una soltera.
Y si bien las cosas están cambiando de apoco y la opción de
no casarse nunca ya dejó de ser un disparate, al menos en gran parte de occidente,
sigue cayendo un velo de sospecha sobre una mujer que nunca se casó. En demasiados
casos se la suele ver como alguien egoísta, raro o con graves problemas psicológicos.
De hecho, hace unos pocos años, en un programa de radio, mientras me
entrevistaban a propósito de la salida de uno de mis libros, dije algo que enfureció
a un señor, furia que lo llevó a grabar un mensaje diciendo: “Ella dice lo que dice
porque seguro que es fea y nunca se casó”. La conductora y yo nos reímos un
buen rato, pero siempre me quedó esta idea de que las solteras la pasan peor/o necesitan dar explicaciones solo porque eligen un modelo de vida diferente. Y cuando digo solteras no
me refiero a aquellas mujeres que ya tuvieron una gestión y tras el divorcio
vuelven a estar disponibles. No, no me refiero a ellas. Hablo de las que nunca
se casaron.
Lo cierto es que desde
las estadísticas y desde los modelos que aparecen en las series de TV, hoy hay más mujeres
solteras pero todavía no escapan del todo a la estigmatización. Aguilar, en la
nota mencionada cita la historia de una joven de la posguerra con un novio
imposible al que aguantó y esperó hasta que él le propuso matrimonio. El día de
la boda, vestida de blanco en el altar, al ser preguntada si tomaba a su novio
como esposo, dijo: “No, y si he llegado hasta aquí es para que sepan todos
ustedes que si me quedo soltera es porque me da la gana”.
En la práctica, lo que
pensamos a nivel individual y colectivo configura los estereotipos y modelos
culturales que rigen los contextos en los que vivimos. Eso significa que podemos cambiarlos. ¡Una opción muy saludable!