Por Marilen Stengel
La pastillas anticonceptivas hicieron un primer y extraordinario
trabajo en favor de la liberación femenina pero son los varones la verdadera y
más rotunda solución para nuestra “liberación definitiva”, y para integrar
equilibradamente la vida de unas y otros.
Ellos siempre estuvieron ahí, obvios y al alcance de la
mano, pero como en “La Carta Robada”, de Edgar Alan Poe, eran tan evidentes, que
“pasaron inadvertidos”. Fue así porque durante mucho tiempo la sociedad
prefirió creer- y, hasta cierto punto, sigue creyendo- que había y hay cosas de mujeres (los hijos y
el hogar) y cosas de hombres (el mundo del trabajo y la provisión de dinero). Pero
las cosas hace rato que no son lo que eran.
La realidad social de 50 años atrás voló por los aires empujada
por profundos cambios en las actitudes, acciones y finalmente por los derechos
que adquirieron las mujeres. En estas cinco décadas, la presencia femenina en
el mercado de trabajo se triplicó, lo que significa que hoy casi 7 de cada 10
mujeres trabaja fuera de su hogar. Hemos salido con fuerza y con talento al
mundo extra doméstico, y desafiando prejuicios propios y ajenos hoy ocupamos
lugares impensados hasta hace relativamente pocos años. Con su trabajo, muchas
sostienen el hogar y otras aportan ingresos que resultan significativos para
sus familias, ya que hoy en día un sueldo tiende a ser insuficiente para cubrir
todas las necesidades. Hicimos y hacemos todo esto sin dejar de parir, hacer
las compras, preparar la comida, lavar y planchar la ropa, limpiar, llevar a
los chicos al colegio, al médico, atender las fallas en el hogar, entre mucho
más. Todas actividades no remunerativas que son la condición básica para el
empleo. Nadie puede ir a trabajar sin comer, sucio o desaliñado. Y a pesar de
que desde hace décadas una masa crítica creciente de mujeres aporta dinero a
sus hogares, una proporción baja de varones ingresó al hogar para compartir las
tareas domésticas y de cuidado.
Las estadísticas muestran que, si bien la participación
de los varones en los quehaceres de hogar aumentó, el porcentaje de trabajo que
unas y otros asumen sigue siendo extremadamente desigual. En nuestro país, 9 de cada 10 mujeres hacen
estas labores mientras 4 de cada 10 varones no realizan ninguna de ellas. Una
mujer que cumple una jornada laboral completa dedica más tiempo al trabajo
doméstico (5,5 horas semanales) que un hombre desempleado (4,1 horas semanales).
Las mujeres hemos hecho malabares para conciliar la vida
privada con la laboral, sintiéndonos culpables por querer trabajar y
sintiéndonos en falta por pasar tantas horas lejos del hogar. Es hora de que
los varones, con quienes compartimos la vida, ejerzan el co protagonismo de la
familia que fundaron. Redistribuir
los trabajos de cuidado y de administración del hogar entre varones y mujeres
es no solo justo sino indispensable. Las mujeres tal y como estamos, no somos
sustentables.
¿Cuál es el
verdadero obstáculo, la barrera insalvable para que varones y mujeres compartan
dichos quehaceres? Estereotipos de género, generalizaciones usualmente
aceptadas por un grupo amplio que determinan qué es y puede/debe hacer una
mujer y qué es y puede/debe hacer un varón.
Necesitamos
desafiar esos modelos con energía desde la educación, desde la legislación y
con acciones que impacten de modo sistémico en toda la sociedad, porque no hay
que olvidar ni por un minuto que las diferencias de género terminan
convirtiéndose en diferencias de poder.
La solución
para equilibrar la vida de las mujeres son los varones, con el ingreso masivo
de estos a la gestión doméstica. Ahora bien, ¿cuántos de ellos están dispuestos
a dar este paso? Lo harán cuando comprendan dolorosamente lo que se pierden
cuando se mantienen alejados de una dimensión fundamental de la vida de sus
hijos y de sus mujeres, no antes.