Mujeres de Seda y Tierra
Mujeres que a través del tejido
de ponchos y solidaridades conservan tradiciones ancestrales y la humanidad en
los vínculos.
A la vez que van desapareciendo especies enteras de la faz de nuestra tierra,
con el brutal empobrecimiento que ello significa, también van desapareciendo
grupos aborígenes de rica cultura y centenaria existencia. Y con ellos mueren
tradiciones ancestrales con lo que el mundo también pierde en diversidad y
abundancia.
Mario Vargas Llosa, en su hermoso libro El Hablador, da cuenta de la lenta muerte de cultura machiguenga, oriunda de la selva peruana que rodea los ríos
Urubamba y afluentes. Los machiguengas
son una tribu nómada que se mantiene en movimiento pues cree que es su eterno y
perpetuo derrotero por la espesura el que mantiene al mundo girando. Si por
cansancio, hastío o cualquier otro motivo ellos decidieran dejar de caminar y
se volvieran sedentarios, el mundo se caería y todos pereceríamos. Así pues,
aún hoy sus 8679 individuos censados, siguen recorriendo lo que va quedando de
esa selva húmeda y tupida. Casi no pueden evitar el contacto con el hombre
blanco lo que genera grandes problemas culturales. La tensión entre seguir en
la selva recordando una cultura que se halla en sus tramos finales y formar
parte de la cultura “blanca”, más “fácil y cómoda” pero desprovista de todo lo
propio y lo sagrado, genera muchas deserciones, sobre todo entre los más
jóvenes.
Pero el mundo puede “caer” o
morir de muchas maneras. Pueden morir físicamente animales, hombres y mujeres o
pueden morir sus tradiciones, que es otro tipo de extinción, tan trágica como
la primera. Ruth Corcuera en su libro, Mujeres
de Seda y Tierra, intenta recuperar
una tradición que como la machiguenga, corre serios riesgos de desaparecer.
Dice: “revindico el mundo criollo rural, el olvido en que se encuentra y el
esfuerzo de las mujeres que en sitios inhóspitos mantienen fuerte solidaridades
y técnicas textiles que por primera vez se dan a conocer… Los ponchos que ellas
tejen para el mercado masivo no manifiestan la destreza ni el esmero con el que si confeccionan aquellos que hacen para regalar
a sus familiares o amigos. Diferencian perfectamente bien aquello que pueden vender
a un público que no conoce demasiado sobre el tema y los tejidos que son para
aquellos que comparten con ellas conocimientos y afectos”. Es que los tejidos
cuentan historias: hablan de su propia tierra y de las manos que los crean.
Entre los machiguengas, existe la figura del Hablador, que es el que se ocupa
de visitar las familias dispersas por el bosque para recordarles sus
tradiciones, la genealogía de sus dioses, las novedades de lo que sucede entre
ellos… Cuando él llega, la familia se reúne en torno del fuego para escuchar lo
que este contador de historias y de tradiciones tiene para contar de nuevo y
para recordar. El clima es de fiesta, ¡reciben tan pocas visitas que hablan su
lengua!
Ante tanta erosión y tanta pérdida de lo diverso surge una pregunta
inevitable:¿qué pierde el mundo sin los machiguengas? Y también ¿qué pierde el
mundo sin nuestros ponchos criollos? Ruth
Corcuera responde si dudar, “Si queremos re humanizar la cultura, debemos hacer
todo lo posible para que ese segundo aspecto no se pierda. Lo impersonal y mecánico
va cancelando facetas de lo humano”.
Cada uno puede encontrar formas de acotar lo mecánico y lo impersonal.
Pero no lo vamos a hacer a través de una pantalla.
