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sábado, 27 de junio de 2020


Amigas … en tiempos de pandemia


Por Marilen Stengel

“Hasta me imagino sin pareja, pero no me imagino sin amigas”, dijo Agostina. El resto de nosotras asintió virtualmente. En ese zoom éramos 11 mujeres y todas acordamos en que no podíamos ni siquiera imaginar una existencia sin nuestras amigas, así de indispensables son, así de entrañables las sentimos. De hecho, entre todas convinimos respecto de 5 ingredientes infaltables en una amistad femenina: 1- confianza, 2-disponibilidad, 3-sinceridad, 4-respeto y 5- empatía. Un “no” sonoro y rotundo a la envida y a la competencia. Ambas inaceptables.
Sin embargo, y a pesar de la vibrante realidad que tienen nuestras amigas en nuestra vida hoy, la historia de la amistad entre mujeres es francamente curiosa y “relativamente reciente”.
Según Marylin Yalom*, desde el 600 AC al 1600 DC las amistades entre mujeres fueron ignoradas o subestimadas por los varones que escribieron la historia. Sin embargo, desde el 1700 y a medida que las mujeres accedíamos a la cultura letrada, a los recursos económicos y a los derechos civiles, las amistades se volvieron cada vez más visibles. Hasta llegar al siglo 21, tiempo en el que, para Yalom,  estamos configurando el modelo de amistad para ambos sexos.
Algo de historia
Entre 600 AC y 1600 DC, la mayoría de los documentos sobre la amistad se ocupa solo de los varones. La amistad entre ellas no se ha registrado salvo en algunos pasajes bíblicos y otras pocas referencias.
Incluso, tanto para los griegos como los romanos de la época clásica, las mujeres era notoriamente más débiles que los hombres y eran consideradas constitutivamente no aptas para la amistad. Se nos acusaría por nuestras rivalidades, básicamente por celosas y por falta de lealtad.
Montaigne, el ensayista francés (1533-1592) escribió el tratado Sobre la amistad que solo gira en torno del vínculo entre varones. Allí afirma, “la capacidad ordinaria de las mujeres es inadecuada para esta comunión, … tampoco su espíritu es lo bastante firme como para tolerar el esfuerzo de un vínculo tan estrecho y duradero”.
Lo cierto es que, con la excepción de las monjas medievales, las mujeres no empezamos a dejar registro de nuestras amistadas hasta el siglo 16, momento en el que entretener amigas era un signo de distinción social. Pero después vinieron las francesas del siglo 17 quienes crearon los salones literarios en los que las mujeres y sus amigas participaban activamente de la vida cultural de su tiempo. Las inglesas, en el siglo 18 crearon las Blue Stockings Society, un movimiento social y educativo informal de mujeres, que hizo hincapié en la educación y la cooperación mutua, que reunían intelectuales tanto varones como mujeres en pie de igualdad y unidos por lazos de amistad.
Hacia fines del siglo 18 la amistad entre mujeres se convirtió en una parte amplia y respetada de nuestras vidas solo superada por la preocupación por nuestras familias. Y ya en los siglos 19 y 20, se pensaba que las mujeres eran más afectuosas y empáticas que los varones y por lo tanto que estaban mejor preparadas para cultivarla. En 26 siglos, un cambio de 180 grados. Impactante.
En lo personal, no creo que las mujeres seamos necesariamente mejores amigas que los varones (creo que esto tiene más que ver con la persona que con el sexo o el género), lo que si estoy convencida es que una amiga es un descubrimiento que hacemos a lo largo de los años y que nuestra amistad se afianza como el nácar que recubre las perlas, una capa tras otra, despacio, hasta configurar esa joya que nos une. Y las amigas de la infancia son incluso más esplendidas, porque son testigos de quienes fuimos y quienes somos hoy. Son presencias silenciosas que pueden dar cuenta de nuestro florecimiento, de nuestras penas y fracasos, de nuestros logros y alegrías... Y siempre, siempre, estuvieron allí para abrazarnos.

*Marylin Yalom y Theresa Donovan Brown en Entre Mujeres. Una historia de la amistad femenina, Editorial Paidós, Argentina, 2018.

jueves, 16 de abril de 2020

martes, 31 de marzo de 2020

Las diosas que hay en mi es un taller de 10 encuentros virtuales de dos horas cada uno que comienza el lunes 13 de abril a las 14.30hs
La idea es explorar ciertos aspectos de nuestro mundo interno que tiene que ver con patrones o modelos femeninos que nos habitan.
Conocerlos nos permite tener una vida más consciente, más equilibrada y vínculos más sanos con otros y conmigo misma.
Te esperamos en formato virtual desde Amijai!
https://amijai.org/propuestas/#salud-y-bienestar









domingo, 29 de marzo de 2020


La dicha pequeña

“La pequeña dicha es de naturaleza tranquila y estable. Tiene que ver con la paz, la armonía, ser uno con aquello que buscamos. No es nada que mueva el mundo, sólo mueve el corazón”*, así define Elisabeth Lukas, escritora, terapeuta y discípula de Víctor Frankl, a aquellas cosas que aunque ínfimas aportan alegría y por lo tanto sentido a nuestras vidas.

Algo así como ser capaces de experimentar gozo por un beso recibido, por el calor que nos ofrece un rayo de sol, por los colores de una flor o por el poema que reverbera a lo largo de los siglos y llega a nosotros para agitarnos el corazón.

Tener la capacidad de albergar dichas pequeñas nos permite anclarnos a la vida y nos ofrecen sostén aún durante las borrascas del alma.


* Elisabeth Lukas, Psicoterapia en digidad, Editorial San Pablo, Buenos Aires, 2004

jueves, 31 de enero de 2019


 
MUJERES QUE CAMBIAN EL MUNDO
 
Por amor y por justicia

Desde hace 50 años la argentina Mary Burton trabaja en temas de derechos humanos en Sudáfrica. Primero para poner fin al apartheid, militando en una ONG llamada Black Sash, luego en la administración del Presidente Mandela y actualmente en la conservación de la memoria de una larga lucha por la libertad y la igualdad. Compartío conmigo parte de su intensa y rica experiencia.


Por Marilen Stengel  

 
María Macdiarmid Ingouville Burton tiene hoy 77 años, pero cuando llegó a la Ciudad del Cabo, Sudáfrica desde la Argentina, en 1961 y con 21 años, para casarse con Geoff Burton, su mirada sobre el mundo era completamente diferente. Educada entre San Pablo y Buenos Aires, y habiendo estudiado francés en Suiza y periodismo en Londres, todo indicaba que tendría una vida cómoda y tranquila en su nuevo país de residencia. Sin embargo, la realidad política y social con la que confrontó cambiaría su vida para siempre. “Cuando llegué a Sudáfrica sabía de los profundos problemas de discriminación que existía contra la población negra, pero lo que me costaba comprender era cómo una ínfima minoría blanca (un quinto de la población total) era capaz de ejercer el mas total dominio sobre la mayoría negra, a la vez que negarle sus derechos”. A los pocos años de llegar y consciente de que la injusticia social era la causa de la violencia en la que estaba viviendo, se unió junto con una amiga a un grupo llamado Black Sash  (Fajín Negro), una organización de mujeres fundada en 1955, comprometida con los derechos humanos y opuesta al apartheid. Las identificaba una banda negra que bajaba por el hombro y cruzando el pecho simbolizaba el luto que llevaban por vivir en una sociedad en la que las libertades constitucionales no eran respetadas. Con el paso del tiempo, la convulsión social comenzó a hacerse más violenta,  se produjeron las marchas de Sharpeville que desencadenaron la masacre de sus participantes y eventualmente la declaración del estado de emergencia, la prohibición del Congreso Nacional Africano y el arresto de millones, incluido Nelson Mandela. Desde Black Sash  participamos en marchas, debates públicos para oponernos a la división de la ciudad en zonas raciales. ¡Lo que se estaba proponiendo era la guetificación de la población negra! Nos presentamos en las Cortes en Langa que condenaban a la población negra por contravenir las “leyes de paso” que les impedían la libertad de movimiento en su propio país. Protestamos a viva voz ante las puertas del Parlamento, imprimimos panfletos, reunimos fondos incluso vendiendo tortas y artesanías para pagar las fianzas de los encarcelados, sostener la organización y luchar contra estas y otras violaciones a los derechos humanos. Lo más duro de enfrentar, durante esos años, fue la certeza de que no podíamos cambiar las políticas del gobierno, éramos demasiado pocas y definitivamente nuestros puntos de vista no eran compartidos por la mayoría blanca. Al mismo tiempo que alzábamos nuestra voz, los líderes negros eran encarcelados y sujetos a tratos inhumanos, otros eran obligados al exilio o sencillamente desaparecían. Durante los 60 y 70 el nuestro fue un trabajo solitario y terriblemente desolador. De todas formas creo que sobrevivimos como organización por que, el contacto diario con los que sufrían las consecuencias del apartheid hacía imposible que bajáramos los brazos, la brutalidad a la que eran sometidos generaba en nosotras, todas mujeres, un horror tan profundo que alimentaba nuestras fuerzas para continuar. Y también creo que muchas de nosotras sentía que disfrutaba de privilegios que le eran negados a otros por lo que nuestra obligación era persistir a pesar de todo”.   

 

Una voz que logra hacerse oír

En 1976 finalmente se vislumbró algo de  luz al final de tanta oscuridad. Ese fue el año en el que la juventud en las escuelas negras se rebeló contra la pésima calidad de su educación rechazando además el uso del afrikáans como lengua de instrucción. Su valiente resistencia se disparó rápidamente por todo el país y encendió una impactante ola de protestas. A través del liderazgo clandestino de los movimientos políticos declarados ilegales, poco a poco y desde el extranjero, se fue organizando un frente de oposición que coagularía en 1983 con el United Democratic Front (Frente de Unión Democrática). El principal elemento de dicho frente fue la política anti racista y anti sexista, que era la misma que también había propiciado el Congreso Nacional Africano, 20 años atrás. Este nuevo movimiento se ocupó de congregar a todas las organizaciones que compartieran esa visión, Black Sash entre ellas. Sin embargo, a mayor resistencia mayor represión. Los encuentros entre el estado y las organizaciones anti-apartheid se volvieron más y más violentas, lo que desencadenó el estado de emergencia entre 1986 y 1990. Durante aquellos años Burton fue nombrada Presidente Nacional de Black Sash “Participábamos de encuentros, de marchas  de protestas callejeras  intentando morigerar la violencia con nuestra presencia, lográndolo en algunos casos y fracasando tristemente en otros. Fuimos testigos de la brutalidad, la registramos y la difundimos. Decíamos a quien quisiera escucharnos que la única manera de poner fin a la violencia era crear una sociedad justa en la que todo el mundo estuviera representado y gozara de los mismos derechos. Un buen número de nuestros miembros fueron arrestadas y retenidas por largos períodos sin ser juzgadas. Mis experiencias consistieron en breves períodos de arresto en los que la peor era presenciar cómo, por ser blancas, se nos trataba mejor que a las mujeres que no lo eran. Nunca tuve miedo durante esos momentos de encarcelamiento. Si en cambio temí por mi seguridad y por la de mis colegas, cuando confrontábamos con representantes del estado que eran sospechados de detener e interrogar a personas en lugares clandestinos”.

 

Una esperanza llamada Mandela

            Como reza la última frase de la hermosa novela de García Márquez, “porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”, en 1990, el entonces Presidente de Klerk anunció que su gobierno levantaba la prohibición sobre el Congreso Nacional Africano y sobre otras organizaciones políticas, y que comenzaría una ronda de conversaciones con todas ellas, el preludio para las primeras elecciones libres de la historia de Sudáfrica que colocó a Nelson Mandela en la Presidencia de ese país.

Durante el gobierno de Mandela, María Burton se desempeñó como Comisionado en la Comisión de Verdad y Reconciliación, en el área de Derechos Humanos, en la que durante tres años registró, junto a otros, las terribles violaciones a los derechos humanos que habían sido perpetrados tanto por los agentes del estado como también por los movimientos de liberación. “Entre todos los casos escuchamos 22.000 testimonios desgarradores. Con base en ellos redactamos un documento que los registra a todos y cada uno de ellos. Los difundimos por radio y televisión para que nadie pudiera negar esa parte tan profundamente cruel de la historia”. Desde entonces, la sociedad sudafricana ha progresado inmensamente a pesar de que la deuda interna sigue arrojando datos que revelan un alto grado de injusticia y pobreza, desempleo y servicios sociales inadecuados a las necesidades de los más pobres, pero aún, hay fe en el nuevo sistema.

Antes de despedirnos le pregunto que pediría si estuviera segura de que se le concedería un deseo. Sin dudar respondió, “Que haya maestras excelentes, dedicadas y bien remuneradas en cada escuela del país con la capacidad de dar a cada niño una justa y equitativa oportunidad en la vida”.

En 2003, María o Mary Burton fue distinguida con la membresía de plata de la Orden de Luthuli* que le fue otorgada por el President Mbeki. Actualmente se aboca a al registro de la historia de Black Sash, de la que sigue formando parte pero desde el Comité de Asesores, “por que la memoria nos mantiene humildes”, señala.

 

* El Jefe Albert Luthuli desde 1921 lideró un movimiento de protesta contra la segregación racial que luego se convertiría en el Congreso Nacional Africano. En reconocimiento a tu labor recibió en 1960 el premio Nobel de la Paz.

miércoles, 6 de junio de 2018


¿De qué te reís?


Ayer llegó al chat de ex compañeras del colegio uno más de los miles de chistes por el estilo que circulan por la red. Este relataba el diálogo entre dos amigos, uno decía: “Mi mujer anda por la casa como Dios la trajo al mundo” y el otro le preguntaba, “¿Desnuda?”, a lo que el primero respondía, “No. Gritando”.

Como decía, este es solo uno más de una larga lista en la que las mujeres aparecemos como las gritonas, las histéricas, las celosas patológicas, las arpías…Usualmente no les presto atención  pero ayer se me dio por preguntar quién había decidido que las gritonas éramos nosotras, las mujeres. Una de las chicas salió a apoyar mi comentario, pero luego me encontré con que otra me decía que había que tener cuidado con no perder el sentido del humor, que en realidad a la que “le quepa el sayo que se lo ponga”…  En un segundo, por cuestionar la difusión de este  tipo de "contenido",  corría el riesgo de haberme convertido una persona carente de humor o una malhumorada que anda a los gritos por su casa y por eso le molesta el chiste. Cabe aclarar acá que tampoco me hacen gracia esos cuentos en los que a los varones se los pinta como torpes, básicos emocionales, lineales, instintivos, brutos…

En un contexto en el que a las mujeres se las violenta de tantas formas, me parece que es importante cambiar los chistes, las palabras, las actitudes y acciones. Es en las pequeñas cosas que se percibe el progreso de una sociedad, el buen trato entre sus miembros. Y creo que vale la pena practicarlo aun cuando, a veces, corramos el riesgo de ser “poco divertidas” para alguna gente.

viernes, 9 de marzo de 2018


Lo varones son la solución

Por Marilen Stengel

La pastillas anticonceptivas hicieron un primer y extraordinario trabajo en favor de la liberación femenina pero son los varones la verdadera y más rotunda solución para nuestra “liberación definitiva”, y para integrar equilibradamente la vida de unas y otros.

Ellos siempre estuvieron ahí, obvios y al alcance de la mano, pero como en “La Carta Robada”, de Edgar Alan Poe, eran tan evidentes, que “pasaron inadvertidos”. Fue así porque durante mucho tiempo la sociedad prefirió creer- y, hasta cierto punto, sigue creyendo-  que había y hay cosas de mujeres (los hijos y el hogar) y cosas de hombres (el mundo del trabajo y la provisión de dinero). Pero las cosas hace rato que no son lo que eran.

La realidad social de 50 años atrás voló por los aires empujada por profundos cambios en las actitudes, acciones y finalmente por los derechos que adquirieron las mujeres. En estas cinco décadas, la presencia femenina en el mercado de trabajo se triplicó, lo que significa que hoy casi 7 de cada 10 mujeres trabaja fuera de su hogar. Hemos salido con fuerza y con talento al mundo extra doméstico, y desafiando prejuicios propios y ajenos hoy ocupamos lugares impensados hasta hace relativamente pocos años. Con su trabajo, muchas sostienen el hogar y otras aportan ingresos que resultan significativos para sus familias, ya que hoy en día un sueldo tiende a ser insuficiente para cubrir todas las necesidades. Hicimos y hacemos todo esto sin dejar de parir, hacer las compras, preparar la comida, lavar y planchar la ropa, limpiar, llevar a los chicos al colegio, al médico, atender las fallas en el hogar, entre mucho más. Todas actividades no remunerativas que son la condición básica para el empleo. Nadie puede ir a trabajar sin comer, sucio o desaliñado. Y a pesar de que desde hace décadas una masa crítica creciente de mujeres aporta dinero a sus hogares, una proporción baja de varones ingresó al hogar para compartir las tareas domésticas y de cuidado.

Las estadísticas muestran que, si bien la participación de los varones en los quehaceres de hogar aumentó, el porcentaje de trabajo que unas y otros asumen sigue siendo extremadamente desigual. En nuestro país, 9 de cada 10 mujeres hacen estas labores mientras 4 de cada 10 varones no realizan ninguna de ellas. Una mujer que cumple una jornada laboral completa dedica más tiempo al trabajo doméstico (5,5 horas semanales) que un hombre desempleado (4,1 horas semanales).

Las mujeres hemos hecho malabares para conciliar la vida privada con la laboral, sintiéndonos culpables por querer trabajar y sintiéndonos en falta por pasar tantas horas lejos del hogar. Es hora de que los varones, con quienes compartimos la vida, ejerzan el co protagonismo de la familia que fundaron. Redistribuir los trabajos de cuidado y de administración del hogar entre varones y mujeres es no solo justo sino indispensable. Las mujeres tal y como estamos, no somos sustentables.

¿Cuál es el verdadero obstáculo, la barrera insalvable para que varones y mujeres compartan dichos quehaceres? Estereotipos de género, generalizaciones usualmente aceptadas por un grupo amplio que determinan qué es y puede/debe hacer una mujer y qué es y puede/debe hacer un varón.

Necesitamos desafiar esos modelos con energía desde la educación, desde la legislación y con acciones que impacten de modo sistémico en toda la sociedad, porque no hay que olvidar ni por un minuto que las diferencias de género terminan convirtiéndose en diferencias de poder. 

La solución para equilibrar la vida de las mujeres son los varones, con el ingreso masivo de estos a la gestión doméstica. Ahora bien, ¿cuántos de ellos están dispuestos a dar este paso? Lo harán cuando comprendan dolorosamente lo que se pierden cuando se mantienen alejados de una dimensión fundamental de la vida de sus hijos y de sus mujeres, no antes.