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miércoles, 25 de noviembre de 2015


Hombres que honren los pantalones

 
Me conmueven los hombres que se ponen polleras o zapatos con taco o que se pintan los labios para mostrar su solidaridad con las mujeres víctimas de la violencia de género. Me emociona la buena voluntad que los impulsa, sus objetivos altruistas e inobjetables, la empatía compasiva que los lleva a tomarse todo ese trabajo y, cómo no decirlo, toda la incomodidad. Pero para mí no es así como cambiamos una realidad en la que una mujer muere cada treinta horas y unos paradigmas que nos lastiman hasta lo indecible.  Muy por el contrario.

Así como no quiero que para escalar en una corporación deba masculinizarme o imitar el código masculino, así como no quiero que para ser exitosa deba tener buenas relaciones con el “club de hombres” para que me incluyan en las actividades extra oficina que es en donde en verdad se toman las decisiones, así como no quiero necesitar un mentor varón para que me abra las puertas del desarrollo profesional “en serio”, así como no quiero tener que blindar mis emociones para que no se me escapen en el trabajo y entonces me consideren confiable, no quiero que los varones deban disfrazarse de lo que no son para erradicar los distintos tipos de violencia que afectan hoy a tantos cientos de mujeres en nuestro país y en el mundo. No es justo para ellos y no es coherente con lo que muchas mujeres pedimos.

El próximo 25 de noviembre se celebra una vez más el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y sería bueno que para celebrarlo más varones entraran solidaria y amorosamente a aportar de “afectivo”  y no sólo de “efectivo”. Es decir, a hacerse cargo de una porción importante del trabajo del hogar que de otra forma recae sobre sus mujeres (que también trabajan fuera del hogar) y las deja exhaustas y muchas veces resentidas. Que más varones estuvieran presentes en las vidas de sus hijos enseñando modelos masculinos de nutrición y afecto. (Sólo un varón puede enseñarle a otro cómo es que cuidan y sostienen afectivamente los varones). Que más varones líderes  en los directorios de las empresas invirtieran parte de su tiempo en subsanaran las diferencias salariales que afectan a tantas mujeres que ganan hasta un treinta por ciento menos que sus pares varones en igual posición, solo porque son mujeres. Que más hombres dejaran de considerar las licencias por maternidad como costos laborales no sólo porque esas mujeres que se embarazan podrían ser sus mujeres, hermanas, amigas o hijas, sino porque esas mujeres también forman parte del  talento que impulsa y enriquece la organización.  Que cuando los legisladores legislan leyes útiles para prevenir la violencia contra la mujer o la trata de personas, no dejen de votar los presupuestos necesarios para que esas leyes tengan un impacto real en la vida de la ciudadanía.  Todas estas formas, entre muchas más, son maneras de trabajar para reducir la violencia contra las mujeres. Porque no toda violencia tiene forma de golpe, aunque el golpe es la más explícita y mortal de todas las violencias. Y sería muy buena noticia que hicieran todo esto como varones, con toda su fuerza, toda su pasión, toda su poderosa capacidad para transformar el mundo.

La sociedad en su conjunto necesita más varones que como varones trabajen para que hombres y mujeres podamos mirarnos a los ojos con apreciación porque somos diferentes y porque gracias a esas diferencias, el mundo es más rico, más amplio, más interesante. Sueño, en fin, que ni hombres ni mujeres tengamos que travestirnos para desplegar nuestros talentos y sueños, nuestras visiones y nuestros anhelos.  Este es el alcance de mi esperanza.