Amigas … en tiempos de pandemia
Por Marilen Stengel
“Hasta me imagino sin pareja, pero no me
imagino sin amigas”,
dijo Agostina. El resto de nosotras asintió virtualmente. En ese zoom éramos 11
mujeres y todas acordamos en que no podíamos ni siquiera imaginar una
existencia sin nuestras amigas, así de indispensables son, así de entrañables
las sentimos. De hecho, entre todas convinimos respecto de 5 ingredientes
infaltables en una amistad femenina: 1- confianza, 2-disponibilidad, 3-sinceridad,
4-respeto y 5- empatía. Un “no” sonoro y rotundo a la envida y a la
competencia. Ambas inaceptables.
Sin embargo, y a pesar de la vibrante realidad
que tienen nuestras amigas en nuestra vida hoy, la historia de la amistad entre
mujeres es francamente curiosa y “relativamente reciente”.
Según Marylin
Yalom*, desde el 600 AC al 1600 DC las amistades entre mujeres fueron
ignoradas o subestimadas por los varones que escribieron la historia. Sin
embargo, desde el 1700 y a medida que las mujeres accedíamos a la cultura
letrada, a los recursos económicos y a los derechos civiles, las amistades se
volvieron cada vez más visibles. Hasta llegar al siglo 21, tiempo en el que,
para Yalom, estamos configurando el
modelo de amistad para ambos sexos.
Algo de historia
Entre 600 AC y 1600 DC, la mayoría
de los documentos sobre la amistad se ocupa solo de los varones. La amistad
entre ellas no se ha registrado salvo en algunos pasajes bíblicos y otras pocas
referencias.
Incluso, tanto para los griegos como los romanos de la
época clásica, las mujeres era notoriamente más débiles que los hombres y eran
consideradas constitutivamente no aptas para la amistad. Se nos acusaría por nuestras
rivalidades, básicamente por celosas y por falta de lealtad.
Montaigne, el ensayista francés (1533-1592) escribió
el tratado Sobre la amistad que solo gira en torno del vínculo
entre varones. Allí afirma, “la capacidad ordinaria de las mujeres es
inadecuada para esta comunión, … tampoco su espíritu es lo bastante firme como
para tolerar el esfuerzo de un vínculo tan estrecho y duradero”.
Lo cierto es que, con la excepción de las monjas
medievales, las mujeres no empezamos a dejar registro de nuestras amistadas
hasta el siglo 16, momento en el que entretener amigas era un signo de
distinción social. Pero después vinieron las francesas del siglo 17 quienes crearon los
salones literarios en los que las mujeres y sus amigas participaban activamente
de la vida cultural de su tiempo. Las inglesas, en el siglo 18 crearon las Blue
Stockings Society, un
movimiento social y educativo informal de mujeres, que hizo hincapié en la
educación y la cooperación mutua, que reunían intelectuales
tanto varones como mujeres en pie de igualdad y unidos por lazos de amistad.
Hacia fines del siglo
18 la amistad entre mujeres se convirtió en una parte amplia y respetada de nuestras
vidas solo superada por la preocupación por nuestras familias. Y ya en los siglos 19 y 20, se pensaba que las mujeres eran más
afectuosas y empáticas que los varones y por lo tanto que estaban mejor
preparadas para cultivarla. En 26 siglos, un cambio de 180 grados. Impactante.
En lo personal, no
creo que las mujeres seamos necesariamente mejores amigas que los varones (creo
que esto tiene más que ver con la persona que con el sexo o el género), lo que
si estoy convencida es que una amiga es un descubrimiento que hacemos a lo
largo de los años y que nuestra amistad se afianza como el nácar que recubre
las perlas, una capa tras otra, despacio, hasta configurar esa joya que nos une.
Y las amigas de la infancia son incluso más esplendidas, porque son testigos de
quienes fuimos y quienes somos hoy. Son presencias silenciosas que pueden dar
cuenta de nuestro florecimiento, de nuestras penas y fracasos, de nuestros
logros y alegrías... Y siempre, siempre, estuvieron allí para abrazarnos.
*Marylin Yalom y Theresa Donovan
Brown en Entre Mujeres. Una historia de la amistad femenina, Editorial
Paidós, Argentina, 2018.