La celebración de la vida
Cuando la conocí, era abogada, tenía 96
años y desde hacía 58 años asesoraba y defendía a los más humildes de entre los
humildes. Una historia conmovedora de amor y servicio.
“He tenido mucha suerte en mi vida”, afirma la Dra. Berta Goligorsky, mientras
nos sentamos a conversar en su luminosa y austera oficina, “no sólo porque pude ser abogada que es lo que más me gusta en la vida,
sino porque desde hace 58 años que comparto el estudio con el mismo socio, el
Dr. Néstor Elicabe (88 años) quien además fue compañero mío de facultad y con
quien me recibí en 1950. El equipo se completa con el Lic. Juan Manuel Gavio (76 años) que
colabora con nosotros desde hace 20 años. Muchos colegas me cuentan de sus
peleas, nosotros no hemos tenido nada de eso”. Pero a la suerte, Berta la
acompañó con mucho trabajo. Cuando ingresó a la Facultad , las mujeres
representaban menos del cinco por ciento del alumnado, por lo que cuando
entraban a clase, muchos compañeros, extrañados, les preguntaban qué hacían en
el recinto. “Venimos a estudiar, como ustedes”, respondían, a lo que los
varones contestaban, “Sí, pero son mujeres”. Ello no impidió que luego de
arduos años de estudio y una vez logrado su título, visitara a su profesor de
Derecho Laboral, el Dr. Hugo Alsina que era Director del Instituto de Enseñanza
Práctica (que sigue funcionando en la actualidad) para que la dejara trabajar
allí. “El Dr. Alsina aceptó pero sólo si
lo hacía ad honorem. El nunca lo supo, ¡pero yo hubiera pagado por trabajar
allí! Así es como ingresé al Instituto y transcurridos los primeros tres años, pasé a
formar parte de la planta estable. Allí
trabajé hasta 1980 y fueron años fantásticos. Era maravilloso poder ayudar a
toda esa gente. Solucionar los conflictos que afligían a tantas personas fue mi
gran premio porque ¿quién dijo que el éxito tiene que traducirse necesariamente
en dinero? Nadie puede pagar la satisfacción que me causó hacer este hermoso
trabajo porque a la vez que atendíamos las necesidades de litigar y de defensa
de los ciudadanos, también formábamos a los alumnos que venían al Instituto”.
Con el
tiempo la Dra. Goligorsky se hizo conocida ente los Jueces de Familia a través de sus escritos y
comenzaron a designarla, ellos mismos, como curadora (una figura equivalente a
la del tutor pero responsable de las personas insanas). “Que confiaran en mí para semejante responsabilidad fue uno de los
mayores premios dentro de mi trayectoria. Pero tuve tantas alegrías…Una vez me
vino a ver un hombre agobiado por el hostigamiento de su acreedor. Reconocía la
deuda pero no la podía afrontar porque había cerrado la fábrica en la que
trabajaba, su esposa estaba enferma y tenía dos hijos adolescentes que iban a
la escuela. Entonces me puse en contacto con el acreedor, que era un empresario
y le explique la situación. Después de un rato de charla le propuse que le
diera un empleo a su deudor para que con el tiempo, pudiera pagarle de su
sueldo. Al principio la idea le pareció descabellada y no quiso aceptar, pero
cuando lo convencí de que no perdería nada, acepto. Cinco años después, mi
cliente había pagado su deuda y en la empresa estaban tan contentos con él que
lo habían ascendido”.
Cuando
hablamos de su vida personal, me dice que le hubiera encantado casarse y tener
hijos y muchos nietos, pero lo cierto es que eso nunca “se dio” por lo que se
dedicó a viajar por el mundo cada vez que pudo. Como resultado de sus viajes
publicó dos libros, Vagabundeando por el
Lejano Oriente y Hawai (1977) y Vagabundeando por Polinesia, Oceanía y Asia
Tropical (1979). “Aunque no lo crea,” cuenta Berta con picardía, “treinta años después, para Navidad, sigo
intercambiando postales con algunas de las personas que conocí en mis viajes.
Hoy mi vida es muy distinta porque hace tres años me caí y me rompí la cadera,
por lo que ya no litigamos en Tribunales, una pérdida enorme para mí. Por eso
ahora nos dedicamos exclusivamente al asesoramiento y el que quiera nos puede
encontrar en el estudio de lunes a jueves por la tarde”. Cuando le pregunto
cómo logró llegar a su edad con tanta salud, se encoge de hombros y dice que es
vegetariana desde hace 50 años porque no quiere matar para comer cuando puede
alimentarse perfectamente con frutas, verduras, cereales y yogurt.
Antes de
irme me confía su último deseo: “terminar
mi vida sin molestar a nadie, sin molestarme a mi misma y pasar del sueño corto
al sueño largo”.
Que
así sea.
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