Las invito a leer la Introducción a DE LA COCINA A LA OFICINA. Qué ganan y qué pierden las mujeres que trabajan.
Hoy
las mujeres trabajamos porque queremos o porque necesitamos hacerlo, o por
ambas razones a la vez. En la actualidad somos la mitad de la fuerza laboral
del mundo, un hecho inimaginable hace tan solo 100 años. Trabajamos en
empresas, organizaciones y también desde los emprendimientos que nosotras
mismas fundamos. Los problemas que hoy enfrentamos todos los días en esos
ámbitos poco tienen que ver con los que movilizaron a las mujeres a comienzos
del siglo XX. Nosotras ya logramos entrar donde antes nos estaba prohibido. El
desafío es: ¿qué hacemos con lo logrado? ¿Era esto lo que en verdad queríamos?
En
la práctica, mucho de lo que más nos preocupa como mujeres tiene que ver con
preguntas tales como: ¿qué quiero lograr
a través de mi tarea? ¿Quiero trabajar tal como lo hago o me gustaría hacerlo
de otra manera? ¿Cómo voy a hacer para tener hijos y seguir trabajando? ¿Qué
obstáculos frenan mi carrera? ¿Ascender es más difícil para mí porque soy
mujer? ¿Puedo, de veras, conciliar mi vida privada con la laboral? ¿Necesito
resignar algo para ello? ¿Vale la pena mi trabajo? ¿Qué aporto a la tarea que
hago y cuál es mi contribución a la comunidad? ¿Me considero exitosa? ¿Cómo lo
mido?... Los interrogantes son casi infinitos y es probable que algunas de
estas preguntas nos acompañen a lo largo de toda nuestra vida laboral, y otras
solo ocasionalmente. Lo que importa es que estas incógnitas tienen que ver con
nuestra ocupación, el sentido o la falta de sentido que encontramos en nuestro
trabajo, el que cada una de nosotras hace todos los días, lo que conseguís y lo
que te gustaría lograr a través de él, las dificultades que hallás y todo
aquello que lo facilita. Son preguntas que tienen diferentes formulaciones,
pero que se relacionan con el corazón mismo de la tarea que cada una de
nosotras realiza. Lo más curioso es que las respuestas que las mujeres damos en
todo el mundo se parecen bastante, aunque quienes respondan sean muy
diferentes. Como veremos, esta no es una coincidencia. La mayoría de nosotras
está pidiendo cambios muy similares, aun cuando estemos paradas en lugares
geográficos muy apartados. Esto tiene
que ver con que, en un plano un poco más general, las mujeres también nos
preguntamos si hemos cambiado la forma en la que hoy se trabaja, se lidera y se
consiguen resultados, o si nos hemos adecuado a las formas y usos dentro de las
estructuras a las que nos sumamos, si hemos hecho un poco de ambas cosas o, por
qué no, ninguna de ellas. Asimismo, cada vez más mujeres se preguntan qué es lo que efectivamente ganamos con
la entrada al mundo laboral extra doméstico. La mayoría de las mujeres que
conozco no están del todo conformes con los entornos laborales en los que se
desempeñan. Una gerente de Recursos Humanos con quien conversé mucho y en
profundidad sobre estos temas lo sintetizó de manera estupenda: “Las
organizaciones todavía son poco amigables para las mujeres”. Coincido con ella.
Pero ¿qué significa que sean “poco amigables”? ¿En qué aspectos específicos lo
son? ¿Acaso es este el origen de cierto malestar que sienten tantas mujeres que
trabajan fuera de sus casas aun en ámbitos muy disímiles? ¿Es una
disconformidad que solo toca a las mujeres o también existen varones que acusan
esta misma sensación de desazón y hastío? ¿Es este malestar también compartido
por mujeres que lideran sus propios emprendimientos o empresas? Lo cierto es
que gran parte de la insatisfacción que sienten las mujeres en sus trabajos es
compartida por una porción creciente de sus pares varones.
En
mi opinión, mucha de la incomodidad que sentimos en los contextos en los que
trabajamos tiene que ver con una necesidad de cambio en la manera en que se
trabaja hoy en día, en cómo funcionan los entornos y en cómo se trata a las
personas en las empresas y en las organizaciones. Así como desde la sociedad
civil las mujeres estamos pidiendo mayor participación política, económica, en
la toma de decisiones, en la manera en la que se invierten los dineros
públicos, en cómo se gestiona el medioambiente, la educación y la salud de las
naciones que integramos, los derechos que tenemos como ciudadanos y las leyes
que rigen nuestras vidas, entre tantísimos temas más, también estamos pidiendo
que en los ámbitos laborales que integramos se considere nuestra perspectiva
ante la toma de decisiones, en la manera en la que se gestionan los equipos,
los valores que las empresas sostienen, la relación con el medioambiente, las políticas
de equidad y de respeto por las minorías, entre cientos de otros temas
centrales. No hay que ser un observador demasiado agudo para ver que muchas de
las tensiones que se viven y se juegan en la sociedad civil aparecen dentro de
las empresas. Un ámbito espeja al otro. De hecho, solo por mencionar un
ejemplo, en la actualidad solo el 12% de los 193 países miembros de la
Organización de Naciones Unidas es gobernado por mujeres. En las grandes
corporaciones del mundo, solamente el 16% de las mujeres ocupa los lugares de
mayor responsabilidad. Ese es el peso real que las mujeres tenemos hoy en el
ámbito en el que se toman las grandes decisiones. Y así como los datos
mencionados anteriormente son ciertos, también es cierto que las mujeres somos
la mitad de la población mundial y estamos buscando la forma de volver
relevantes nuestros aportes. Es decir, queremos no solo tener más presencia en
las mesas de decisión, sino proponer cambios concretos en la manera en que se
trabaja y se gestionan las organizaciones. Y ello se debe a que las empresas
han cambiado relativamente poco desde que surgieron hasta hoy. Originalmente
fueron diseñadas por varones y hasta hace poco, los hombres constituían el
ciento por ciento de quienes las integraban. En la actualidad, la realidad es
diferente. Las mujeres constituimos la mitad de la fuerza de trabajo del mundo
y el contexto que ofrecen muchas empresas sigue sin responder a las necesidades
que tenemos. De hecho, desde hace ya algunos años, muchas de nosotras
planteamos en las empresas en las que trabajamos que no queremos estar
separadas de nuestros hijos menores de un año durante ocho horas, solo porque
ese es el horario que estipula la descripción de nuestro puesto. Algunas están
consiguiendo trabajar desde sus casas o a través de un sistema mixto de
asistencia a la oficina y trabajo remoto. Otras consiguen trabajar por
objetivos y ello las ayuda a sentirse mejor con ellas mismas y con la tarea que
realizan. No son mayoría, pero son cada vez más las que buscan y planean alternativas
a fin de lograr trabajos más flexibles y conciliar su vida familiar con su vida
laboral. Por ello, y también para no perder talentos, que las empresas están
comenzando a diseñar formas alternativas de trabajo a las tradicionales.
Por
otra parte, cada vez me encuentro con más varones que chocan contra
dificultades similares a las de sus pares mujeres, porque ellos ya no quieren
resignar todo su tiempo personal para
forjar una carrera ascendente y “exitosa” tal como lo hicieron sus
padres.
Una porción creciente no quiere invertir el ciento por ciento de su tiempo en
la oficina y ser padres distantes, sino por el contrario desean estar presentes
en la vida de sus hijos y por lo tanto el tiempo que dedican a sus lugares de
trabajo no puede ser infinito. También aspiran, por ejemplo, a poder ir a los
actos escolares de sus hijos, aun cuando eso implique salir, una o dos veces al
año, a las tres de la tarde de la oficina. Tampoco quieren llegar agotados al
momento de reencontrarse con sus parejas, entre muchos otros temas. Pero para
esto es necesario repensar el statu quo, es
decir el orden actual organizacional, y este es un reto enorme. Tal vez incluso
más grande para los hombres que para nosotras, porque ellos vienen de siglos de
aceptar esas reglas de juego sin discutirlas demasiado.
Asimismo,
muchas mujeres cuestionan la manera
de liderar que sigue rigiendo en la mayoría de las organizaciones y empresas en
la actualidad, y también el comportamiento considerado “aceptable” dentro de
ellas. En cuanto al liderazgo, desde los años 70 se comenzó a hablar de liderazgo femenino como aquel que
buscaba revertir la verticalidad que regía el orden interno de la mayoría de
las estructuras productivas. Hoy, dicha verticalidad ya no existe en las
organizaciones más modernas, aunque tanto mujeres como hombres siguen teniendo
dificultades para lograr que las líneas jerárquicas contemplen las propuestas
de aquellos que los siguen en peso corporativo. Esta gimnasia sigue sin ser
todo lo fluida que debería. Y en cuanto a cómo
hay que ser y comportarse para “ganar” en los espacios laborales más
tradicionales, la gran dificultad que la abrumadora mayoría de nosotras
encuentra es que las mujeres no somos hombres con pollera. Esta situación, que
es una obviedad, no lo es tanto en la experiencia cotidiana de trabajo cuando
nos encontramos con que muchos de nuestros aspectos más propios o bien no
tienen cabida o sencillamente son mal vistos. Por abordar un solo un ejemplo,
las mujeres, somos por lo general, bastante más “verbales” que los varones.
Ello significa que usualmente hablamos mucho más que el más hablador de
nuestros colegas, un aspecto que cansa o molesta a muchos varones, sobre todo
en las reuniones en las que hay que tomar decisiones. El tema es que las
mujeres no solo hablamos para llevar adelante acciones, sino que además es
nuestra manera de cuestionar de manera indirecta, y por lo tanto “suave”, las
afirmaciones de otros, y también de generar empatía en los ámbitos en los que
nos movemos, algo que nos importa y mucho. Pero dado que se nos evalúa según un
paradigma masculino, las mujeres “hablamos demasiado” y por lo tanto deberíamos
hacerlo menos o tanto como los varones. Lo cierto es que dentro de las
organizaciones existe toda una serie de estereotipos[1] o modelos
que limitan las carreras de las mujeres, sencillamente porque no respondemos a
los retos que plantea el contexto de la misma manera que los varones. Ante esta
realidad y frente a estos paradigmas, ¿qué pueden hacer las mujeres? Mucho. Por
ello abordaré este tema, en detalle, unos capítulos más adelante.
Sin
embargo, y pese a lo dicho, de a poco y con enorme tenacidad, las mujeres
estamos encontrando nuevas maneras de conducir, de gestionar equipos, de tomar
decisiones que están cambiando la forma
de hacer de las organizaciones, incluso con la ayuda
de los hombres. De hecho, gran parte de estas formas han sido tomadas y
valoradas por reconocidos líderes varones en el mundo y eso nos ha ayudado en
su implementación. Pero en la práctica el desafío que encaramos cada día sigue
pasando por resolver como mujeres las preguntas
que propuse al comienzo: ¿cómo quiero
ganar eso que quiero ganar? ¿Me da lo mismo ser exitosa comportándome como un
varón, entrando a lo “macho” a hacer lo que hay que hacer? ¿Para qué quiero
llegar a los puestos más altos de las empresas? ¿Para hacer más de lo mismo o
para hacer aportes que mejorarán las condiciones de trabajo de las personas y
los resultados que se obtengan? ¿Buscaría llegar a la “cima” incluso si eso
significara dejar de ser dueña de mi tiempo personal y familiar? ¿Hay una
manera diferente de ejercer el liderazgo que no sea el que hemos visto ejecutar
a los hombres? ¿Es esto posible? Y de ser así, ¿cómo lo logramos?
Muchas
mujeres elegimos y queremos el reconocimiento, queremos los desafíos, queremos
el trabajo, queremos el dinero, queremos los honores, queremos las fotos y los
viajes, pero no queremos hacerlo como lo han hecho tradicionalmente los
varones. No queremos renunciar a todo nuestro tiempo personal, no queremos
criar a nuestros hijos de manera remota, no queremos abdicar de nuestra
maternidad, porque de tanto postergarla algunas corren el riesgo de ya no poder
tener hijos. Tampoco queremos trabajar en contra de los varones sino con ellos. Ni siquiera queremos lograrlo
como lo han hecho muchas mujeres que sí “llegaron” pero a cambio de su propia
masculinización o de la anulación de su vida emocional.
Queremos lograrlo de una manera que nos permita seguir siendo mujeres,
madres, personas, profesionales con una vida laboral y afectiva. No queremos
renunciar a nuestras vidas como hemos visto hacer a muchos varones para lograr
lo que algunos llaman “éxito”. Es demasiado duro, demasiado solitario,
demasiado pobre. Queremos desarrollar una nueva manera de conseguir lo que nos
proponemos, una forma diferente, y que las organizaciones en las que trabajamos
la comprendan y la valoren. De lo contrario, las mujeres o bien llegarán a los
puestos más altos pero no podrán agregar su valor porque habrán llegado
transformadas en “varones”, seguirán sin acceder a ellos —por autoexclusión o
porque las organizaciones las marginan— o las empresas seguirán perdiendo
talento femenino. Además, dado que algunos varones comienzan a pedir lo mismo
que nosotras estamos solicitando, las organizaciones también comienzan a perder
profesionales masculinos valiosos. Desde mi punto de vista, las tres
alternativas mencionadas plantean un auténtico perder-perder. Las empresas
pierden talento y las personas, oportunidades de carrera dentro de ellas.
En
las páginas que siguen, propongo ahondar en la experiencia femenina del
trabajo, tanto en la de mujeres que recién ingresan a sus vidas laborales como
en la de aquellas que ya tienen un camino recorrido. El objetivo es identificar
lo que nos lleva a trabajar, lo que queremos lograr a través de él dentro de
las empresas y fuera de ellas, aquello que necesitamos para planificar nuestras
carreras y nuestros propios emprendimientos, los motivos de nuestro malestar o
dificultad para adaptarnos a las empresas tal y como son hoy, los estereotipos
que nos juegan en contra, y también todo lo que hacemos y podemos hacer para
transformar dichos espacios a fin de que sean más amables, flexibles,
participativos, productivos y creativos para nosotras y para todos aquellos que
los integran. Y sobre todo, maneras de lograr el “éxito” sin que ello implique
olvidar nuestros valores y diferenciales.
Para
todo ello se da cita en estas páginas a una multitud de voces, de perspectivas
y de prácticas, para que juntas podamos pensar y desarrollar una forma femenina
de trabajo sin perdernos o rompernos en el intento.
[1] Estereotipos: Malgesini, Graciela y Giménez, Carlos: Guía de los conceptos
sobre migraciones, racismo e interculturalidad, Los Libros de la Catarata,
2000, p. 406.
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