¿Vieja, gorda y fea? Bienvenida al club
No conozco a
ninguna mujer que al menos una vez al año, al mes o a la semana no se sienta
vieja, gorda o fea, o en el peor de los escenarios, todo a la vez. Y ello
independientemente de la edad, peso o belleza de la mujer en cuestión. Porque vamos,
que a la hora de criticarnos, no hay nadie más feroz con nosotras mismas, que
nosotras.
Hemos desarrollado
una habilidad tal que nos despellejamos sin pudor y sin cariño en segundos. Nos
auto despachamos con: “¿Vos viste el prolapso de párpado que tengo? ¿Te parece
que mañana podré abrir los ojos?” O con,
“¿Cómo es que vos no tenés esas arruguitas como palitos partiéndote los
labios que tengo acá”? Incluso he
llegado a escuchar a una amiga decir, mientras se infringía un tierno apretón
en la parte superior del muslo, “Con lo que sobra me puedo hacer un vestido”.
¿De dónde
nos viene este talento descalificador tan terminal? Porque los varones también
tienen complejos, no es cierto que no los tienen. O por gordos, o por pelados o
por bajitos... Pero la gran diferencia que encuentro entre ellos y nosotras es
que no se masacran a sí mismos frente a sus amigos, sin siquiera ante sus
novias o mejores amigas. Las mujeres sí, nos disecamos como a una rana en la
clase de biología: sin piedad y sin anestesia.
Esa presión
por ser bellas (¿cuánto es suficiente), delgadísimas (incluso a niveles insanos)
y jóvenes nos saca del presente. De la aceptación de este cuerpo que somos y
que tiene la amabilidad de acompañarnos toda la vida. Con esto no estoy
diciendo que no es buena idea cuidar qué y cuanto comemos, dormir lo suficiente,
o evitar el sol en los horarios que no corresponden… Pero de ahí a querer ser
otra y sufrir por la imposibilidad de ello...
Una
proporción altísima de la industria de la estética está fundada en la falta de
autoestima de las mujeres. ¡Cuánto dinero viniendo de tanto dolor y frustración!
Hoy miraba
la transformación de Meg Ryan. Para mí lo que ella ha hecho con su rostro es la
metáfora de lo que muchas de nosotras también hacemos, aunque de manera menos
evidente: somos hermosas tal y como somos, pero no nos damos cuenta.
¿Cuánto tiempo
más vamos a aceptar ser valoradas por un patrón que nos recorta como a los árboles
bonsai? ¿Qué estamos haciendo para que nuestras hijas, hermanas, amigas y
mujeres en general no crezcan temiendo no “entrar en el molde” estándar de la
belleza?
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